La mayor parte de mi trayecto, la pasé llorando, me sentía sólo, aterrado, hasta que un día, me encontré a un niño jugando en la oscuridad, y preocupado por él, lo invité a que se uniera conmigo y caminaramos juntos hacía la luz; pero entre sus risas el pequeño me dijo:
- No gracias, me estoy divirtiendo mucho acá, tengo que disfrutar la oscuridad mientras dure.
Sorprendido por las palabras del pequeño, no insití más y seguí caminando; más tarde, me encontré con un anciano sentado muy calmadamente sobre una roca, y al igual que cómo hice con el pequeño, me acerqué a él y lo invité a que se uniera conmigo y caminaramos juntos hacía la luz; pero entre un suspiro y una sonrisa serena, el anciano me dijo:
- No gracias, ya estoy cansado de marchar y buscar la luz, así que en cambio, espero aquí sentado a que ella me encuentre a mi.
Sorprendido por las palabras del anciano, seguí caminando y caminando hacía el pequeñísimo haz de luz, el cual, sin importar cuanto caminara, nunca se acercaba; pero a medida que marchaba y recordaba las palabras las palabras del pequeño y del anciano, mi miedo a la oscuridad fue desapareciendo poco a poco, y ahora, mientras me dirijo hacía aquel pequeño e inalcanzable haz de esperanza, disfruto de la caminata.
Fin.