1222 - El Final del Rey Clemente.

Había una vez un Rey que era muy piadoso, así que todo los criminales del reino lo amaban porque más de una vez los había salvado de perder la cabeza por las fechorías que había cometido.

Pero un día, mientras el Rey esperaba en su sala de audiencias a que el próximo sentenciado a muerte entrara a pedirle clemencia, encontró una pequeña abeja zumbando en el reposa-brazo de su trono. Así que el Rey se quitó una de sus zapatillas y la alzó en el aire para matar a la inofensiva abeja. Sin embargo, al recordar lo clemente que era, se detuvo y la espantó de su trono, dejándola vivir.

Minutos más tarde, un sentenciado a muerte por espionaje entró en la sala de audiencias y le rogó al Rey que tuviera compasión él y le perdonara la vida.

El Rey, movido al ver las lágrimas en los ojos del sentenciado y su tono de voz desesperado, asintió con la cabeza, pero justo antes de expresar su veredicto, sintió una aguda punzada en su brazo, seguida de un fuerte dolor. Pegando un grito de dolor, el Rey se palmeó con la otra mano el lugar donde había sentido la punzada y, al levantarla, se sorprendió al encontrar a la abeja, aplastada, en la palma de su mano.

- No -sentenció el Rey, sacudiendo la cabeza y mirando con desprecio al espía, como si este hubiera tenido la culpa de su infortunio, mientras se sobaba el brazo-. ¡Basta de tanta clemencia!

De tal forma, el hombre fue ahorcado y al verlo guindando desde el cadalso el Rey se sintió culpable, pero toda esa culpa se transformó en alegría cuando, unas semanas después, el macabro y dable plan que el espía tenía para matarlo fue descubierto.

Fin.

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