1195 - Debajo del Arcoiris.

La mañana del 17 de marzo, me desperté muy entusiasmado porque, tras haber viajado miles de kilómetros, sabía que iba a ser un día lleno cervezas y celebraciones, así que lleno de festividad me vestí de verde y salí a caminar por las calles de Dublín.

Tal como me lo había imaginado, toda la ciudad estaba celebrando y, tan pronto puse un píe fuera de mi hotel, me pusieron una cerveza bien fría en la mano para que me uniera a las festividades del día de San Patricio.

Las celebraciones duraron todo el día, así que mucho antes de que cayera la noche, ya estaba ebrio por todo lo que había bebido.

De tal forma, consciente de mi borrachera, decidí regresar al hotel antes de quedar inconsciente en las calles de una ciudad que no conocía. Sin embargo, en mi camino de regreso, vi un brillante arcoiris  en un pequeño prado a las afueras de la ciudad y, contagiado por las festividades y el misticismo de Irlanda, corrí hacía él con la esperanza de llegar a su final y encontrarme un caldero lleno de oro o, mejor aún, un leprechaun que me concediera tres deseos.

Pero de pronto, cuando casi llegaba al final del arcoiris, sentí a alguien darme un empujón tan fuerte  por la espalda, que me hizo caer y rodar por la hierba hasta quedar boca arriba debajo del arcoiris.

Inmediatamente después, un hombrecito pelirrojo muy chiquito, vestido con pantaloncillos, chaqueta y sombrero verde, se sentó sobre mí y, con una fuerza inimaginable para su tamaño, me mantuvo presionado contra el suelo con su cuerpo, mientras que con con sus manos me sostenía la cabeza y me abría violentamente los ojos para que viera.

Y lo que vi me horrorizo, porque por encima del semi transparente arcoiris estaban marchando centenas, no, miles de hombres irlandeses usando sus kilts como la tradición manda, así que tuve que verlos marchar, uno tras otro, sin pena ni escrúpulos, porque mientras desfilaban por encima del arcoiris, los hombre me señalaban desde las alturas riendo y abriendo las piernas más de lo normal para que pudiera verlo todo.

Diez, cien, mil, no sé cuantos hombres en kilt vi marchar sobre el arcoiris, pero lo que si sé es que vi tanta variedad, de todo tipo y tamaño, que terminé perdiendo el conocimiento entre tanto forcejeo con el pequeño demonio que me mantenía presionado contra el suelo, el alcohol que había ingerido y la vista aérea que me deslumbraba.

Al otro día, sin saber como llegué allí, desperté en la cama de la habitación de mi hotel y, desde entonces, me he sentido ligeramente atraído por los hombres.

Fin.

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