1040 - La Primera Bruja.

Cuando las puertas de la catedral se abrieron inesperada y estruendosamente, todos en la plaza central voltearon la mirada para averiguar lo que pasaba.

- ¡Ayuda! ¡Alguien ayúdenme! –gritó una hermosa mujer de piel morena y abundante cabello negro, al bajar corriendo las escaleras de la catedral, mientras intentaba cubrir su delicado cuerpo con su vestido blanco que había sido violentamente rasgado-. ¡El arzobispo! –gimió-. ¡El arzobispo intentó abusar de mí!

Al escuchar tal acusación, todos los hombres presentes se sintieron indignados y, tronándose los nudillos y agarrando sus armas, se dirigieron a la catedral.

- ¡Mentirosa! –bramó el arzobispo, un hombre alto, delgado y con una brillante cabellera gris, parándose firmemente en la entrada de la catedral, al mismo tiempo que arreglaba su desaliñado aspecto con sus manos y trataba de enderezarse la sotana-. ¡No mientas, mujer, eso es pecado!
- ¡Entonces, usted es el pecador! –replicó la mujer, con lágrimas en los ojos.

Al ver esta escena, los hombres empezaron a crear un semicírculo alrededor del arzobispo, acorralándolo y exigiéndole una explicación.

- ¡No le crean! –gritó el arzobispo, manteniendo la compostura, a pesar de que unas brillantes gotas de sudor habían aparecido en su frente-. ¡Esa mujer es una mentirosa! ¡Intentó seducirme, pero al negarme y mantenerme fiel a Dios, armó todo este alboroto!
- ¡Mentiroso! -gimió la mujer, desesperadamente-. Eso es mentira, pasó todo lo contrario, él intento abusar de mí…
- ¡Cállate, Bruja! –vociferó el arzobispo, perdiendo el control.
- ¿Bruja?... ¿Bruja?... ¿Qué es eso? –murmuraron muchos de los pueblerinos al ser la primera vez que escuchaban esa curiosa palabra.
- Sí… Sí, esta mujer es una bruja –clamó el arzobispo, aprovechándose de la confusión.
- ¿Qué es una bruja? –preguntaron, preocupados, muchos de la multitud.
- Una bruja… Una bruja es una hija del demonio, -explicó el arzobispo, arrugando la frente-. Una mujer que le rinde culto a Beelzebub y a todo lo pagano.
- No, no, no, eso es mentira –gimió la mujer, angustiada, al sentir como todos empezaban a verla con temor.
- Una mujer que se comerá a sus hijos, copulará con sus esposos y llevara este pueblo a la perdición si se deja libre –continúo el arzobispo, mirando como palidecían las mujeres de la audiencia.
- ¡No, no, eso es mentira! Todo eso es mentira, no le crean –suplicó la mujer-. Bruja es mi nombre, ¡me llamo Bruja!
- ¡Y ella misma lo admite! –gritó el arzobispo, señalándola con su largo y huesudo dedo índice.
- ¿Qué podemos hacer? ¿Cómo nos libramos de la bruja? –preguntaron las mujeres del gentío, muy alarmadas.
- Hay que quemarla viva –sentenció el arzobispo, sonriendo victoriosamente-. Para que deje esta vida terrenal y regrese con su padre a arder en el infierno.
- ¡Hay que quemarla! ¡Hay que quemarla! –rugió la muchedumbre, agarrando a la quebrantada mujer por la fuerza y, tras atarla a una pila de leños, le prendieron fuego hasta que solo quedaron sus cenizas.

Fin.

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