982 - El secreto de los deseos.

En una de las bancas del parque que estaban frente al pequeño lago artificial, dos amigos estaban sentados alimentando a los patos.

- ¡Ay! No veo el momento en el que me convierta en un escritor famoso -dijo el más alto y delgado de los amigos, soltando un suspiro.
- ¡Shhhhh! -lo cayó el otro, que era gordito y bajito- ¿Nunca has escuchado que los deseos y los negocios deben mantenerse en secreto hasta que se cumplan? No puedes andar por ahí gritando tus deseos a los cuatro vientos.
- ¡Bah! ¡Pamplinas! Yo creo que es al revés y que el secreto de los deseos está en decirlos, creerlos, vivirlos, que todos lo sepan y que el mundo lo crea para que el destino no tenga más opción que hacerlos realidad, por eso yo digo: ¡Quiero ser un escritor famoso! No, por eso grito: ¡QUIERO SER UN ESCRITOR FAMOSO! ¡QUIERO SER UN ESCRITOR FAMOSO! ¡QUIERO SER UN ESCRITOR FAMOSO!

Después de semejante escándalo, un hombre alto que pasaba por allí y que vestía un traje gris claro, de tez pálida, con cabellos negros lacios que llegaban hasta la comisura de su boca y que tapaban, de cierto modo, sus ojos que eran de colores distintos, el derecho negro y el izquierdo dorado, se acercó a los dos amigos sosteniendo entre sus manos un bastón negro con una perilla dorada en forma de ojo.

- Disculpen, pero me pareció haber escuchado que uno de ustedes gritó que quería convertirse en un escritor famoso.
- Si, yo -respondió el más alto, mientras el gordito se quedó muy callado y lo señalaba con una mano.
- Resulta que yo soy editor y representante literario, si quieres, toma mi tarjeta y pasa por mi oficina para que conversemos -propuso el hombre, sacando una tarjeta del bolsillo interno de su traje y dándosela al joven con su larga, huesuda y pálida mano.
- ¡Gracias! -dijo el amigo, tomándola y sonriendo.
- Espero nos veamos pronto -añadió el hombre, antes de girar en sus talones y seguir su camino.
- ¿Viste? -preguntó el amigo alto.
- ¿Qué cosa? -inquirió el gordito.
- Lo que te decía. Si no hubiera dicho y gritado mi sueño de convertirme en un escritor famoso, no tuviera, en este momento, la oportunidad de reunirme con un editor.
- ¿Y vas a ir? Ese hombre da miedo.
- Sí, ¿por qué no? El hombre es algo extraño, lo admito, pero ni que fuera el diablo.

Fin. 

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