895 - La medalla de oro.

Sir Helder Amos | miércoles, septiembre 30, 2015 |
Cuando entraron al estudio del abuelo para recoger sus cosas, el niño le preguntó a su madre:

- ¿Y todas esas medallas, mamá?
- Esas eran las medallas de tu abuelo. 

El niño se acercó a la pared donde habían colgadas no menos de treinta medallas; pero percatándose de que todas eran medallas de segundo lugar o de participación, el niño volvió a preguntar.

- ¿Y el abuelo nunca ganó nada, mamá?
- Si, hace años ganó el primer lugar, una hermosa medalla de oro.
- ¿Y donde está? - inquirió el niño - No la veo guindada por ninguna parte.
- Esa está enterrada junto con tu abuelo. 
- ¿Por qué?
- Porque desde que la ganó, tu abuelo nunca se la quito de su pecho, y a pesar de que decía que esa medalla había sido su perdición, porque al ganarla había perdido sus ganas de vivir, siempre la llevaba guindada en su cuello y por eso tu tía y yo decidimos enterrararla con él.
- ¿Cómo así que al ganarla perdió, mamá? No entiendo. 
- Verás, tu abuelo vivió toda su vida tratando de ganar esa medalla; todos los años participaba y todos los años perdía, pero en vez de perder la esperanza, cada año el intentaba más fuerte y se sentía más motivado para ganarla, hasta que finalmente la obtuvo, y después se perdió, ya no tuvo nada que lo motivara a seguir.
- ¡Pero sí ganó! - dijo el niño llevando las manos al aire - El abuelo estaba loco, ¿no es cierto, mamá? 
- Si, un poco; pero no del todo, todavía estas muy pequeño, cuando seas grande entenderás un poco mejor su locura. 

Fin.

894 - La luz de mi vida.

Sir Helder Amos | domingo, septiembre 27, 2015 |
Cuando la vi entrar, mi corazón se detuvo, y puedo jurar que escuché al Gran Señor decir desde los cielos: "Hágase la luz."

Fin.

893 - El detector de tesoros.

Sir Helder Amos | sábado, septiembre 26, 2015 |
>> Ocurrió aquí, en la playa, cuando era joven, ese día estaba estrenando mi nuevo detector de tesoros, estaba cansado, había pasado toda la mañana caminando, escaneando toda la arena con mi detector sin conseguir ningún resultado; pero cuando estaba a punto de darme por vencido y regresar a casa, para seguir intentándolo otro día, el continuo beep que hacía mi detector se intensificó y se aceleró.

>> Empecé a seguir el rastro del tesoro utilizando mi preciado detector, y cuando llegue a donde ella estaba tomando el sol, los beep se hicieron tan rápidos y fuertes que hacían la maquina vibrar en mi brazo.

- Disculpe, señorita, me da un permiso, creo que he encontrado un tesoro justo donde usted está.

>>Sonriendo y sonrojándose un poco, la bella joven movió su toalla y se apartó del lugar sin reprocharme mi intromisión en su baño de sol, diciendo: "Pero si encuentras algo me das la mitad ¡Eh!"

>>Pero, para mi sorpresa, cuando la hermosa joven se movió y escaneé el lugar donde ella estaba, mi detector no respondió, frunciendo el cejo, lo apagué, lo encendí de nuevo y lo volví a intentar, pero nada; luego, al ver a la bella joven sonriendo picaramente por la pena que mi detector me había hecho pasar, una idea se me vino a la cabeza y apunté mi maquina hacía ella, al hacerlo, el aparato empezó a vibrar y a sonar de nuevo.

- Disculpe, señorita; pero ¿Que va a hacer esta tarde? - le pregunté.

>> Y así fue como encontré al gran tesoro que fue tú madre - le dijo el hombre a su hijo, mientras posaba una delicada rosa roja sobre la tumba de su mujer en la playa - en este mismo lugar, con ese detector que tengo guindado en la sala de la casa, y aunque ella decía que el detector solo reaccionaba por los aretes de oro que llevaba puesto ese día, yo estoy seguro que no fue solo por eso.

Fin.

892 - El día después.

Sir Helder Amos | jueves, septiembre 24, 2015 |
Cuando despertó, descubrió, horrorizado, que mientras dormía la humanidad se había extinguido y que él era el único ser humano que quedaba sobre el planeta, sin embargo, entre su creciente desesperación, sonrió al escuchar y ver que los ruiseñores todavía cantaban y que el sol seguía brillando, como si nada hubiera pasado. 

Fin.  

891 - El hada macabra.

Sir Helder Amos | lunes, septiembre 21, 2015 |

Después de que su padre, el Rey, le prohibiera ir a visitar a su amiga plebeya en el pueblo, la Princesa regreso a su habitación llorando desconsoladamente y justo en ese momento, fue visitada por un hada madrina que le dijo tiernamente:

- No llores, querida, dime lo que tu corazón desea para hacerlo realidad y transformar esas lágrimas de tristeza en lágrimas de felicidad.

- Quiero... Quiero... - dijo la Princesa entre sollozos - Quiero ser la reina de este pueblo ya, para que nadie pueda prohibirme nada, ni siquiera mi padre, y así ser libre de hacer lo que quiera, cuando quiera.

- Esta bien querida, cumpliré tu deseo, - le dijo el hada, dándole un beso en la frente a la Princesa y recostándola sobre su cama - ahora duerme, y mañana cuando despiertes serás la nueva reina de este pueblo.

Esa noche, mientras la Princesa dormía, el hada madrina guardo su varita mágica y sacó su látigo, pinzas, tijeras y pistolas para pasar la noche haciéndoles pagar a los reyes, con sus vidas, por todas las lágrimas de tristeza que le habían hecho derramar a la pobre Princesa.

Fin.

890 - El salero de arsénico.

Sir Helder Amos | sábado, septiembre 19, 2015 |
Cuando terminó de preparar la cena, muy consciente de lo que le había dicho el cardiólogo, después de diagnosticar a su marido con hipertensión, la mujer agarro el salero y rocío la comida de su esposo con su contenido. 

Fin.

889 - El toro daltónico.

Sir Helder Amos | miércoles, septiembre 16, 2015 |
Cuando el torero entró a la plaza con una gran ovación, agitó fuertemente su capote para llamar la atención del toro que bufaba desde el centro de la arena; pero para sorpresa de todos, por más que el torero tentara al animal con su bello capote rojo escarlata, éste permanecia muy quieto, bufando desde el lugar donde estaba, sin moverse ni un centímetro.

Después de varios minutos, el torero, quien había rodeado varias veces al animal, tratando de llamar su atención con su capote, e incluso con su pañuelo, no logró hacer que el toro se moviera ni un centímetro, y, a pesar de que estaba consternado por la situación, le clavó una banderilla en el lomo del animal para ver si éste reaccionaba. 

El toro profirió un largo y estruendoso bufido de dolor, pero siguió inmóvil en su lugar. 

Mientras esto pasaba, el público hizo un silencio sepulcral, y el torero, presionado por lo extraño y aburrido que se había convertido el acto, clavo una segunda y tercera banderilla sobre el lomo del toro, sin obtener mas resultados, que los mismos bufidos de dolor del animal.

Asi, decidido a acabarlo todo lo más rapido posible, el torero le dio la estocada final al animal, que murió muy confundido al ver que la sangre que salia de sus heridas era de un color verde esmeralda. 

Fin. 

888 - Temporada de gallinas.

Sir Helder Amos | martes, septiembre 15, 2015 |
Cuando empezó la temporada de caza y llegó el tiempo de migración, el lider de los patos se consternó mucho, al no ver a ninguno de los otros patos al momento de emprender su viaje hacía el sur.

Después de buscarlos cómo loco, encontró a todos los patos escondidos en una pequeña cueva de una zona de reserva. 

-¿Qué hacen aquí escondidos? - les preguntó el pato lider - Es hora de migrar, vamos, todos a formarnos en ve y a volar al sur.
 
- Estamos escondidos, no podemos migrar este año porque ya empezó la temporada de caza - respondieron algunos patos - si salimos volando de la reserva, los humanos nos matarán a tiros con sus horribles escopetas.

- ¿Y le temen a unos humanos con escopetas? - les reprochó el lider - ¿Ustedes son patos o gallinas?

Después de un largo momento de silencio, los patos aceptaron migrar guiados por su lider, pero tan pronto se formaron y emprendieron el vuelo, un tiro le partió la cabeza al lider, salpicando a los demás patos de sangre, quienes,  asustados, regresaron a la zona de reserva, donde, desde entonces, en vez de cuaquear, no hacen mas que cacarear y picotear la tierra como los animales que realmente son. 

Fin.

887 - El diluvio.

Sir Helder Amos | domingo, septiembre 13, 2015 |
Por temor a mojarse, esperó toda su vida, sentado junto a la ventana, a que terminara de llover para salir de su casa en busca de sus sueños.

Fin.

886 - La tarjeta negra.

Sir Helder Amos | martes, septiembre 08, 2015 |
Desde la terraza de la casa con vista a la piscina dos amigas tomaban el té.

- ¿Por qué no vamos a tomar el té en otro lado? - dijo la invitada.
- Porque no tengo dinero - dijo la dueña de la casa.
-¿Estás bromeando?
- Para nada amiga.
- ¿Cómo no vas a tener dinero con esta gran casa, ese carro último modelo que tienes parqueado en tu garage y todas tus tarjetas negras?
- Ay amiga, si supieras, esta gran casa está hipotecada, mi carro, todavía lo estoy pagando, y mi tarjeta negra, ¿crees que es negra porque tengo mucho dinero? No, es negra porque, al contrario, tengo muchas deudas.
- Oh, disculpa amiga, nunca pensé...
- Tranquila, ¿quieres leche en tu té?
- Si, por favor, y dos cubos de azucar.

Fin.

885 - La gran depresión económica.

Sir Helder Amos | lunes, septiembre 07, 2015 |
Cuando vio que su mejor amiga la estaba llamando, respiró profundo y se preparó para la tomenta:

- Alo.
- Hola, ¿Cómo estás? - le dijo su amiga, preocupada.
- Eh, bien - respondió dubitativamente - ¿y tú?
- No me engañes, no estás bien, tengo días que no te veo, tienes días sin salir de la casa ¿no es cierto?
- Eh, sí, pero no es por lo que crees que es...
- ¡Estás deprimida otra vez! ¡Lo sabía! ¿Por qué no me habías llamado para hablar al respecto?
- No es eso...
- ¡Vamos, vistete vamos a salir!
- No puedo...
- ¡Nada de eso! Ya voy por ti, no voy a dejar que te hundas de nuevo es ese pozo de oscuridad ¡Vistete!
- Espera, escuchame, en verdad no puedo salir, y no es porque este deprimida, o bueno, quizás si lo estoy, un poco, pero no por lo que crees, no tengo dinero, es por eso que llevo días sin dejar mi apartamento, no tengo dinero ni para comprarme un agua, así que mejor me en casa.
- ¿Segura que es solo por eso?
- Si, segura, es una depresión estrictamente económica.
- Bueno, vistete de todas maneras, yo te invito, no vemos en 20 ¡Bye!

Y colgó el teléfono, sonriendo, porque todo había salido mejor de lo que se esperaba.

Fin.

884 - La gran pirámide.

Sir Helder Amos | domingo, septiembre 06, 2015 |
En mi viaje de autodescubrimiento, cuando llegue a Egipto, los habitantes de una pequeña locación, me dijeron que aquello que buscaba se encontraba en la gran pirámide que estaba en el medio del desierto, "¿Aquella?" les pregunté, señalando la triangular estructura que se veía a lo lejos, y tras obtener una respuesta afirmativa, preparé todo para emprender mi viaje hacía ella.

Al amanecer, me monté en un camello y me adentré en el desierto, usando la gran pirámide que se levantaba a mi horizonte cómo guía, al principio, a medida que marchaba hacía ella, sentí que me acercaba a mi destino con cada paso que daba mi animal, pero luego, sin importar cuantas horas marchara, la gran pirámide se veía más lejos que nunca.

Después de varias semanas de viaje, mi camello se murió deshidratado, y yo tuve que seguir mi viaje solo, más lento, porque ahora en vez de avanzar sobre cuatro patas, marchaba sobre mis dos pies; aunque habían dias en los que no me detenía, podía caminar todo el día sin sentir sed, ni hambre; pero a veces el sol y el calor me jugaban bromas pesadas, porque me hacían alucinar y ver, como en la gran pirámide que se levantaba a mi horizante, se abria un gran ojo para verme y mantenerme vigilado todo el tiempo.

Ahora que han pasado años desde que me perdí en el desierto, sigo marchando hacía la gran pirámide que todavía se ve a lo lejos; pero cada día con más ansias de llegar a ella, porque ahora, entre tantas aluciones, quiero comprobar yo mismo, si ese gran ojo que, a veces, veo, está, o no, fijado en las rocas amarillas de esa gran estructura que guia mis pasos.

Fin.

883 - El gran cazador.

Sir Helder Amos | miércoles, septiembre 02, 2015 |
Cuando vio, a lo lejos, al oso que sería se presa, cargó su arma  y se fue acercando muy sigilosa y silenciosamente hacía él, sin que el animal se diera cuenta de su presencia. Al llegar cerca del animal, colocó su dedo sobre el gatillo, cerró un ojo para apuntar mejor, y aguantó la respiración; pero un segundo antes de que puediera disparar su arma, un rugido procedente de su espalda lo sorprendió, otro gran oso se alzaba sobre él y dándole una gran zarpada en el pecho lo mató. 

El oso, muy contento, regresó a su cueva arrastrando su premio, y después de una larga noche, pudo exhibir en su pared, la cabeza disecada del amateur cazador cazado. 

Fin.